sábado, 30 de mayo de 2015

La Playa de la Mariposa, Josep Soler


                           La Playa de la Mariposa, por Josep Soler


Aquel día el mar no estaba revuelto, en la playa de la mariposa. María se lo había repetido tantas veces...El mar no estaba revuelto. O al menos ella lo recordaba así.

Las olas rompían suavemente en la arena dorada; venían de lado, desde las rocas que protegían la cala. Aquellas rocas tenían una forma peculiar. Al final del camino que bordeaba el acantilado dos piedras planas, enormes, reposaban en delicado equilibrio la una junto a la otra, tocándose apenas, como los flancos de los amantes tras el amor consumido. Como las tapas de un libro abierto. Como una mariposa con las alas extendidas, descansando antes de emprender el vuelo. Dos extrañas rocas encaramadas al norte, desafiando a los vientos de tramontana que a veces soplaban recios. Un poco más arriba, los troncos de los pinos se retorcían sobre si mismos, por culpa de ese viento norteño, y mas que asomarse al mar, parecía que quisieran arrojarse a él, desesperados. Debía dolerles, cuando ese viento soplaba. Pero aquel día no hacía viento. Y el mar no estaba revuelto. O al menos ella prefería recordarlo así.

Detrás de la roca en forma de mariposa el mar sincero, azul negruzco, con sus penachos blancos, como bestias de espuma desbocadas y, más al fondo, la linea brumosa que separa el agua del cielo.

Durante tres noches después de aquel día, María tuvo un sueño hermoso. Una mariposa blanca venía desde el agua y se posaba en su hombro. Ella estaba tendida en la arena, adormecida, tal que aquel día, y el sol le acariciaba la cara. Era después de comer y no pegaba muy fuerte, amortecido por nubes altas, de esas que están hechas de minúsculos cristales de hielo, como las que dejan los aviones cuando surcan el cielo. Era la misma playa, solo que al final del camino que bordeaba el acantilado no había ninguna roca de forma extraordinaria, sino un ciprés solitario. Ella se quedaba mirando a la mariposa, que era bella, como lo son todas las mariposas, y así permanecía, embobada, extrañada de que reposara allá sin más, en su hombro, quieta. En su sueño, escuchaba el batir de las alas por delante del rumor del mar desparramado a unos metros de sus pies. Las alas blancas le acercaban el frescor del mar y se lo untaban por el pecho. Abandonada a la brisa con regusto a sal y a la modorra gustosa de las horas vespertinas casi se olvidaba. Pero continuaba notando sus diminutas patas, haciéndole cosquillas, reposando en su piel. De vez en cuando, María entreabría los ojos: seguía allí, siempre, y en los dos puntitos negros que decoraban las alas, reconocía unos ojos familiares.

-Mami ven al agua.
-No.
-Porfa.
-No, que está muy fría.
-Venga...
-Luego voy, Laia. No seas pesada.
-¿Cuando?
-En un minuto.

En ese minuto de letargo el mar debió revolverse y el viento hubo de agitarse.

En el sueño hermoso la mariposa voló de su hombro para adentrarse en el mar.

Y cuando María se levantó y quiso ir al agua, lo único parecido a su mariposa que encontró a la vista, loca ya ella y su garganta rota, bajo los pinos suicidas, al final del camino que bordea el acantilado, fue una roca de forma extraña en la que antes no había reparado. Una roca en forma de mariposa, con las alas extendidas, descansando antes de emprender el vuelo.

La playa de la Mariposa, por Josep Soler


jueves, 28 de mayo de 2015






















El arte, la creatividad, el mundo interior de cada uno, o como sea que le queramos llamar, se puede expresar a través de montones de formas y maneras. Quint Buchholz tiene la suya, la ilustración. Y me encanta.

Yo me he nutrido de él a la hora de escribir en más de una ocasión, esas veces en las que una se encierra en la habitación, coloca el portátil sobre las rodillas, los dedos sobre el teclado tal y como le enseño su profesora de mecanografía, y ahí termina todo por un buen la rato. Los dedos no teclean nada, al menos nada con demasiado sentido, la mente divaga entre si seguir en esa postura o pasarse a la mesa, o quizás si cambiar el color de las paredes, ahora que llega el buen tiempo.

Buchholz me ayudó, me inspiró historias, las historias que yo creía que podían esconderse tras sus dibujos. Por ello y por su relación con los libros, me apetecía compartirlo con todos vosotros.

¡Buena escritura!

Ana